martes, 23 de noviembre de 2010

“La maldita primavera”


V


Un corazón cyborg, unos ojos de poeta, unas piernas de caballo de carreras, unas alas para no pisar la mierda de esta ciudad.
¿Que distancia separa a Rosario de Sara, que hay de distinto, que no te deja acercarte Xavier?
Que remolino, que licuadora encendida, que huracán te dejó con los pies en la cabeza. Qué pasó con ese libro de Cortázar; Rayuela, que se podía leer desde cualquier capitulo y saltearse, agarrar sin sistema, sin orden, el 7, luego el 23, luego “La dama y su vagabundo” y podías entenderlo. Qué pasó que tu corazón cyborg se está volviendo humano con ese abrazo de aquel hombre que soñaste. Sentir ese torso, respirar ese olor que se filtró a tu corazón, a tus ganas. No era nada comparado, era mucho mejor que el cuerpo de mujer, al mágico cuerpo delgado y enloquecedor de Charo, así le dices ya de cariño sin que nadie, pues a nadie le importa saber que como un niño de primero de Primaria te volviste a enamorar.
Aquella vez fue Lola y en vez de comprar con la platita que te daba tu Santa Madre para que disfrutaras como todos los demás en el recreo de la escuela tu boing, tus tacos de pura tortilla enrollada artesanalmente salpicados de trocitos verdes y otros pedacitos blancos que decían que era queso, pero estaban ¡buenísimos! O las paletas de hielo rojo, un rojo intenso delicioso como el rojo intenso que portaba en sus labios infantiles Lola que por esa época usaba para ganar votos y convertirse en la Reyna de la PRIMAVERA, de tu primera primavera porque en ese episodio tú no tenías ni puta idea de que era la maldita primavera. Ese era un cuerpo alto y no querías a Charo, ni su vestidito negro, ni sus tenis Vans, ni sus peculiares calentadores de colores en las pantorrillas. Ni su cabello negrísimo. Ese hombre más alto que tú, recuerdas tenía el cabello un poco más largo que el de Rosario pero era de un claro solar y claro Xavier querías acariciar ese lacio y bravo cabello.