viernes, 20 de abril de 2012

Cómo ser feliz en bicicleta a los noventa años.



Odio aceptarlo y reconocerlo…. Post dedicado a “C” porque me gusta mucho. La miro con ojos de enamorado


Cumple quince años el cinco de diciembre, me dijo. Una Sagitario perfecta. Me inquietó que fuera tan real como para cumplir años. ¿Qué podría regalarle? Una bicicleta, dijo Rosa Cabarcas. Tiene que atravesar la ciudad dos veces al día para ir a pegar botones. Me mostró en la trastienda la bicicleta que usaba, y de verdad me pareció un cacharro indigno de una mujer tan bien amada. Sin embargo me conmovió como la prueba tangible de que Delgadina existía en la vida real.

Cuando fui a comprar la mejor bicicleta para ella no pude resistir la tentación de probarla y di algunas vueltas casuales en la rampa del almacén. Al vendedor que me preguntó la edad le contesté con la coquetería de la vejez: Voy a cumplir noventa y uno. El empleado dijo justo lo que yo quería: Pues representa veinte menos. Yo mismo no entendía cómo conservaba la práctica del colegio, y después a todo pecho con ínfulas del gran Caruso, por entre los bazares abigarrados y el tráfico demente del mercado público. La gente me miraba divertida, me incitaban a participar en la Vuelta a Colombia en silla de ruedas. Yo les hacía con la mano un saludo de navegante feliz sin interrumpir la canción. Esta semana, en homenaje a diciembre, escribí otra nota atrevida. Cómo ser feliz en bicicleta a los noventa años.






Gabriel García Marquez de Memoria de mis putas tristes