jueves, 20 de octubre de 2011

MATERIA DISPUESTA


En este libro Juan Villoro nos muestra su habilidad y múltiples recursos narrativos. Su dominio del lenguaje es similar al dominio y romance de un crack de futbol con el balón. Sus referencias, sus comparaciones, sus elucubraciones, su constante e inagotable humor hacen de esta novela una grata compañía, cargada de nostalgia, erotismo, inocencia y voracidad de una ciudad que nos aferramos a ella y parece que ella se quisiera deshacer en cada momento de nosotros. (Ruperto Pantaleón Sebastián. )

Una noche, cuando ya había visto mi hora legal, Clarita propuso sacar la tele. Preparó sandwiches de pavo y me sirvió un dedal de manzanilla. Tanta pompa no era desinteresada: cuando la imagen dejó de vibrar en la pantalla, vi a Clarita con su fantasma. Había sido invitada al programa Anatomías. El panel de discusión incluía a un sacerdote de barbas de chivo, un poeta con boina y anteojos de la primera guerra, un pastor protestante que aun en blanco y negro tenía las mejillas de quien acaba de atravesar a nado el Canal de la Mancha, una mujer con collares de chaquira y pelos de tirabuzón y a Clarita, pálida intensa.

Esperé que la cámara se acercara, sin compasión a su piel porosa. Estaba harto de ella, quería que el país la contemplara horrenda y tartamuda durante la Anatomía de la razón. Pero su triunfo fue mayúsculo. Agredió a cada participante con una técnica distinta; el moderador no pudo arrebatarle la palabra, los sacerdotes se quedaron perplejos ante sus latinajos,
el poeta fue descrito como una bestia intuitiva
(exasperado, se quitó la boina para rascarse como una bestia intuitiva), la mujer de chaquira recibió un trato de infinita lástima. Al finalizar el programa incluso el pastor, de porte tan atlético, se veía descompuesto. Clarita se despidió citando a Montesquieu en un francés que nadie entendió y que seguramente bajó el rating de la emisora.

Quedó tan satisfecha que dejó la televisión encendida. En su mente debía proyectarse la repetición de su grandezas. Entonces vi el anuncio de una competencia singular:
El Bello Durmiente.
La televisión desafiaba al pueblo mexicano a acostarse durante un mes en el aparador de una mueblería.

(fragmento)